martes, 16 de octubre de 2012

EL QUIMÉRICO INQUILINO


Otra de las películas imprescindibles de Roman Polanski, junto a Repulsión y La semilla del diablo (que componen una especie de trilogía de horror psicológico ambientada en viviendas siniestras), El quimérico inquilino (The Tenant, 1976) no ha perdido un ápice de morbo y poder de sugestión pese al paso del tiempo y sigue erizando la piel y congelándonos la sangre en las venas.

Fetichismo, paranoia, esquizofrenia, extrañamiento y pérdida de identidad son los pilares sobre los que Polanski, con mano sabia, construye este impresionante thriller basado en una novela de Roland Topor (fundador del Grupo Pánico, con Alejandro Jodorowsky y Fernando Arrabal), menospreciado en su día por la crítica y considerado hoy una joya de culto.

De cómo aliena a los individuos la sociedad capitalista moderna, de cómo margina a los débiles, de cómo les fagocita y enerva hasta empujarles a la desesperación y al suicidio, nos habla El quimérico inquilino, llevando hasta las últimas consecuencias estas premisas y mostrándonos un almuerzo desnudo nada complaciente.

Polanski, tocado más que nunca por el talento y la gracia (como director, guionista y actor principal), nos sumerge en ese universo claustrofóbico y pesadillesco que tanto le gusta, conciliábulos de vecinos perversos, comunidades malsanas, edificios maléficos y orgías satánicas, y que ya había abordado con magníficos resultados en las dos películas citadas, Repulsión y La semilla del diablo.

Un clásico de culto por méritos propios, puro cine de autor, ideal para videar acurrucado en el sofá alguna noche lluviosa de otoño.

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