salones recreativos en el León de finales de los 70 y principios de los 80, con sus mesas ajadas de billar y de ping pong y sus futbolines y máquinas primitivas de pinball, salones recreativos en los que me crié, con sus jefes (siempre de mala hostia y una riñonera de cuero llena de monedas en la cintura), sus matones y gorrones y frikis y pardillos y buscavidas, sus pequeños ambigús y lolitas fatales y tribus y pandillas... el México (el único que aún sigue abierto) en una bocacalle de Ordoño II (Territorio Visón), el Parque en Bernardo del Carpio, el Charly en Julio del Campo, el Picos (luego Tijuana) en Villa Benavente, y otros muchos cuyo nombre ya no recuerdo en cada barrio, en Pinilla, en el Crucero, en Las Ventas (Territorio Comanche), en San Claudio y etc... salones recreativos de la era predigital, adictivos y peligrosos, aquellas interminables partidas de billar (con Justo, Roberto, Luis, César, Dani, Jose, Ramón, Yuyo, Jandri, Vito o Carlos: por vosotros brindo) en viejas mesas con los tapetes zurcidos y descoloridos y los palos astillados, los tigres apestosos, las luces macilentas, las máquinas de una y cinco y finalmente (ya en los 80) de veinticinco pesetas (las de comecocos y matamarcianos), las veces que te tragaban la moneda, el jefe renegando abriéndolas y arreglándolas y dándote cambio, los mirones apostados a los lados comentando las jugadas, los manguis tramando siempre algún palo, las jukebox con los éxitos de la temporada (Los Chunguitos, Las Grecas, Umberto Tozzi, Georgie Dann, Los Brincos, Los Bravos, el omnipresente Muro de Pink Floid, Daniel Magaz, Tequila, los Purple, Status Quo, Police, Fórmula Quinta o Miguel Ríos: vaya refrito), el olor a ambientador barato, los perritos acartonados y las hamburguesas y el ketchup y la mostaza, las hostias (como panes) entre pandillas, las carteras y carpetas con los ídolos de turno (dependiendo de si eras chico o chica) y las mochilas y chupas amontonadas, las colillas y gargajos y cáscaras de pipas tapizando el suelo, los cigarrillos sueltos, el humo asfixiante, las cervezas y mirindas y cocacolas, los camellos y yonkis y trapicheros... salones recreativos de mi adolescencia, realidades a parte, mundos paralelos con leyes propias, cuántas horas en sus máquinas intentado dominar sus técnicas, luchando por conseguir una partida gratis o una bola extra, cuántas monedas e ilusiones perdidas, atardeceres opresivos de la dictadura y festivos de la transición, besos robados, cigarros compartidos, conjuras y venganzas y flirteos y confidencias y luchas de clases y castas...
extraño aprendizaje
extraño aprendizaje
rituales de iniciación
Vicente Muñoz Álvarez
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