sábado, 8 de marzo de 2014

ANDRÉS (Y las cumbres nevadas)


una vez más, como una iluminación, el monte con Andrés, el Fontañán esta vez, un día perfecto de sol de invierno y la serenidad del ascenso, las encinas perennes, el serbal de los cazadores, la montaña en su plenitud, las aves rapaces, la roca afilada, los riachuelos desbordándolo todo y la Wendy detrás y nosotros patea que te patea montaña arriba, sintiendo el momento, disfrutando el instante, nadie como mi hermano Andrés para irse de ruta, cuántos años ya haciéndolo, cientos de caminatas para limpiarnos por dentro, esa realidad aparte que es el monte leonés, tantos sitios de poder, ese gozo y ese placer de adentrarnos en nuestros laberintos secretos, cómo cambia el mundo, los buitres y los zorros y corzos y quebrantahuesos, la tila y la bota de vino, regresión tras regresión (cómo la mangamos en su día y qué relajados estamos, de la que nos libramos) subiendo y ascendiendo hasta las trincheras de los maquis (qué putas las tuvieron que pasar allí), La Robla a nuestros pies y todo el circo de cumbres nevadas, Peña Ubiña, Peña Valdorria, el Correcillas y el Espigüete y los Picos de Europa y el Curavacas y al otro lado el Nevadín y el Teleno y la inmensa llanura de fondo, el secarral, como una frontera de caracteres y ensueños, León y la Meseta divididos por las montañas y nosotros allí, contemplando hipnotizados el horizonte, la civilización a lo lejos, qué pequeño todo desde las alturas, qué intenso y puro el sol en lo alto, Andrés, mi hermanito Andrés, cuántas rutas y aventuras desde hace tantísimos años, qué placer dejar a un lado babilonia para perderse en el bosque, un lugar fuera del mundo, su mística y sus silencios, los fósiles y los minerales, da igual el tiempo que  pase o haya pasado, todo sigue igual, extraño proceso y una incuestionable (y budista) verdad...

cuando llegues 

a la cima de la montaña

sigue subiendo


Vicente Muñoz Álvarez

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