los cómics de terror me llevaron a la novela gótica y la novela gótica a la literatura romántica y la literatura romántica al simbolismo y el simbolismo al decadentismo, y a causa de todo ello, hacia los diecinueve o veinte años, desarrollé algunas aficiones extrañas: la de los ocasos y crepúsculos, por ejemplo, o la de las iglesias y claustros... ocasos y crepúsculos porque, como me enseñaron los maestros antiguos (Heinrich Heine y E.T.A. Hoffmann, entre otros), en ese momento todo puede pasar, la frontera entre la noche y el día, las tinieblas y la luz, el cielo ensangrentado, la hora de los espíritus elementales y las transformaciones, de la magia y la mística, de los dioses y cultos paganos... y los claustros e iglesias, debido a autores como J.K. Huysmans (y sus novelas Al revés, biblia del decadentismo, y Allá lejos) o Barbey d'Aurevilly (y Las diabólicas), que encendieron dentro de mí la llama del éxtasis y el arrebato... frente al último sol del día, contemplándolo esconderse tras la línea del horizonte (en Mirantes de Luna), estaba yo entonando mis mantras, o bajo las vidrieras góticas de la catedral o entre las columnas románicas de San Isidoro, con los ojos entornados (sin dormir pero soñando, que diría el bueno de Poe) y empapándome de misticismo hasta el tuétano... cuántas tardes y noches, desde la biblioteca Azcárate (que era mi lugar preferido de escritura y estudio durante mi etapa de universitario y rockero), me acercaba hasta la catedral y descansaba entre sus ciclópeos muros, arrebatado bajo aquellas psicodélicas e impresionantes vidrieras... todo lo cual, ocasos y crepúsculos e iglesias y claustros (y muchas cosas más: visionarios y malditos y monstruos y prodigios), plasmé años después en mi primer libro de relatos, El pueblo oscuro (aka Marginales), mi homenaje particular a la literatura gótica y decadente... mágicos tiempos aquellos... y lisérgicas regresiones...
Vicente Muñoz Álvarez
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