Y Vicente Muñoz se creyó Kerouac
El escritor leonés publica con Luperacalia su poemario ‘Días de ruta’, una confesión sobre sus tribulaciones vitales y literarias en el que se desnuda de forma descarnada.
Cristina Fanjul | Diario de León 03/04/2014
Hace una cosa Vicente Muñoz que —en mis modestas entendederas— no está nada bien. Lo siento amigo, pero esa invitación tuya al principio del libro —Días de ruta se presentó la semana pasada— no es propia de un buen anfitrión. Incluso los que no entiendan que el mundo, todo, está dentro de ellos tienen derecho a inmiscuirse en el tuyo. Lo tienen desde el momento en el que tú lo has hecho público.
La pasión de Vicente por los beat, por la generación del aullido, no puede esconderse. Ese malestar, la extrañeza ante un mundo ajeno que convirtieron en su bandera creativa la ha enarbolado Muñoz desde sus comienzos. Ahora, se quita definitivamente la máscara y se convierte en el alterego de Keruoac apropiándose de su himno más famoso. Días de ruta, On the road. Pero no es una pose literaria, o no solo. Porque Vicente no es marketing. Vive como escribe, o al revés. Como ellos, está al margen de la mercadotecnia y se implica en vivir y en escribir, pese a todo y contra todo. Y lo hace sin diferenciar, retorciendo los estilos, que no sabes, cuando lees algo de Vicente Muñoz, si se trata de una historia, de un poema, de una reflexión o de un desahogo: «¿Dónde está el camino de baldosas amarillas?» te preguntas, aunque supongo que sabes que, al final, Oz no era más que un ilusionista, un bribón, un tahúr, o sí lo sabías, que a eso te refieres —supongo— cuando hablas de tu apuesta suicida por la literatura.
Decía Margarite Duras que no somos nadie en la vida. «Sólo existimos en los libros». Y tú ya llevas unos cuantos. Asegura Gsús Bonilla en el prefacio que alrededor de veinte (hablo a través del recuerdo), y, sin embargo, sigues siendo un desconocido para el gran público, algo que, por otro lado, es un gran mérito.
Has escrito Días de ruta como un diario de invierno, digo, parafraseando a Paul Auster y tú también, como él, hablas de tus noches de hotel y de los días que sigues pasando, aún, a la espera de una venta que te permita seguir adelante con tu vida, que no es poco, la vida, una travesía escrita en diarios: de Otoño /(campaña), de Invierno/(Cuaderno), de Primavera y de Verano, para terminar en una catarsis, que parece el propósito de este poemario, Sísifo, la historia de todos: «Comenzar a andar de nuevo», como si pudiéramos parar...
Y ¿cuál es el saldo? Pagar un precio, pero nadie sale indemne, así que te has desgastado y no has alcanzado la meta, y te sientes extraño y no disfrutas del momento y... ¿Y te has preguntado qué habría pasado si le hubieras pedido poco a la vida? ¿si hubieras esperado menos de los demás? ¿si te escondieras detrás de las tramoyas?
Supongo que sí, y por eso eliges a Sade para iniciar la lectura de tus pensamientos, el superhombre, el que dejó atrás la moral del siervo y se vistió con el de libertino. Un libertino de la literatura, que no se pliega a las reglas del mercado (ya lo he dicho) y sigue de ruta: la amistad/la poesía/esos instantes/la magia/estos latidos/en un mundo/que se desmorona/pequeños milagros/aún/en nuestro/corazón.
Eso es lo que nos queda. Al final, Jack Kerouac lo dijo claro: «La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas». ¿Ves? Es lo mismo que dices tú al comienzo del libro, sólo que, aunque no lo creas, aún eres demasiado joven como para detenerte en medio de la carretera. Nuestra vida es este viaje. Creo que eso lo dijo Homero.
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