Miraba de cerca la fotografía
de las salamandras negras y amarillas
coleteando en aquel charco,
cuando de pronto el papel comenzó
a abultarse entre mis manos,
a hincharse, a cobrar vida,
y las salamandras se movieron
bajo el agua lentamente
y comenzaron a salirse de la foto
y a escurrirse con su tacto frío y gomoso
entre mis dedos,
una tras otra, una tras otra, una tras otra,
hasta que cesó al final el borboteo
y la foto se quedó totalmente vacía,
un remanso de aguas claras,
y las salamandras negras y amarillas
se perdieron con sus torpes pasos lentos
en la ominosa serenidad del cuarto oscuro.
Vicente Muñoz Álvarez, de Canciones de la gran deriva (Origami, 2012).
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