viernes, 14 de junio de 2013

NOCHES DE TOISÓN


Aquella noche: la recuerdo bien. Tendría dieciséis o diecisiete años. Un gélido invierno leonés. Había estado nadando en la piscina climatizada de La Venatoria con mi colega Justo y al salir me dirigía con él hacia la Tropicana, una discoteca que organizaba a menudo conciertos (allí vi, entre otros muchos, a Parálisis Permanente en su último bolo, la noche del trágico accidente que le costó la vida a Eduardo), a ver a los Decibelios, que según comentaban tenían un directo brutal. Aunque no pudo ser. Cambiaron los planes en el Parque de San Francisco, oscuro como boca de lobo, cuando varios manguis y trileros (conocíamos a un par de ellos de verles timar a la peña en el Húmedo) nos dieron el palo. A punta de navaja nos quitaron la guita, primero, los pelucos, después, y finalmente las chupas de cuero. No éramos ningunos panolis, Justo y yo, curtidos ya en varias peleas de barrio, pero aquellos estiletes brillando en la oscuridad nos amedrentaron y les dimos todo lo que nos pidieron.

Aunque la cosa no terminó ahí. Tres de los manguis se abrieron con nuestros relojes y la cazadora de mi colega, y se quedaron en el parque solamente otros dos, uno de ellos con mi chupa ya puesta, liándose un peta como si no hubiera pasado nada. De modo que, aprovechando la coyuntura, yo me envalentoné y le pedí que me la devolviera, que iba a tener bronca al llegar sin ella a casa, que les conocíamos de vista y les denunciaríamos, etc, etc. Y no sé si fue por el colocón que llevaban, porque les caímos bien o porque querían descojonarse sin más de nosotros, su reacción fue decirnos que nos fuéramos con ellos al Toisón a tomar unas birras, que allí se lo pensarían con calma y que ya verían después lo que hacer. Conque hacia allá nos fuimos los cuatro, a la mítica discoteca que Los Cardíacos habían inmortalizado en un tema titulado Noches de Toisón, un antro bastante peligroso por aquella época, para intentar a toda costa que me devolvieran la cazadora. Pedimos en la barra unas cervezas, nos sentamos con ellos en un sofá frente a la pista, se metieron ambos disimuladamente un tiro, hablaron de Perros callejeros y el Torete y el Vaquilla y el Jaro, de cómo les molaban esas películas, el potro les hizo efecto, se les cayeron a continuación las mandíbulas, los ojos se les pusieron vidriosos y comenzaron luego a flipar cada uno a su bola con la música y la peña bailando, pasando absolutamente de nosotros y de nuestras súplicas. Así durante al menos dos horas, hasta que, desesperados, dimos por perdida al fin la batalla y nos fuimos cabizbajos a casa, en pleno invierno helados por la calle y sin nuestras chupas.

El desenlace, no obstante, tuvo lugar algo después, varias semanas más tarde, cuando casualmente me encontré a uno de ellos en otra discoteca del centro, La Mandrágora, precisamente en un concierto de Los Cardíacos. Llevaba puesta mi cazadora de cuero, pero esta vez iba él solo y nosotros éramos más de diez. Así que, sin pensármelo dos veces, me acerqué a él y le pedí con buenas palabras (pero rodeado de mis colegas) que me la devolviera, y así lo hizo sin decir ni mu, con una sonrisa de flipao en los labios, seguramente puesto de caballo otra vez, y se abrió tranquilamente a continuación a bailar solo a la pista.

Sonaba de fondo justo en aquel momento, en vivo y en directo, Noches de Toisón, de Los Cardíacos, uno de los himnos intransferibles de esta ciudad… Y desde entonces cada vez que escucho ese tema, recuerdo con nostalgia esta historia de quinquis de los 80 y aquellas inolvidables películas que les convirtieron en una leyenda.

Treinta años después y con muchas chupas de cuero ya a cuestas, brindo por aquellos tiempos de transición y de cambio.


Vicente Muñoz Álvarez, en Vinalia Trippers 12: Spanish Quinqui.

Ilustración by Julia D.Velázquez.


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