Es, quizás, uno de mis más tempranos recuerdos, cómo tomé por primera vez contacto con la muerte, a los cuatro o cinco años, de manera fortuita, y la tremenda impresión que ello me produjo... Recuerdo estar en la cocina de la casa de San Pedro donde vivíamos... Recuerdo que era una tarde-noche de invierno... Y recuerdo, como si los estuviera viendo ahora, aquellos muñecos de guiñol que alguien me había regalado: una bruja, un payaso, Caperucita y el lobo, y el Diablo... Un Diablo de piel roja y cuernos blancos y pelo negro rizado que mi padre manejaba con una mano dentro de su pequeño cuerpo, agitando aparatosamente su cabeza y sus brazos... No sé muy bien cómo (a tanto mi memoria no llega), de qué manera sucedió, pero sí que, en un punto concreto del juego, pregunté quién era ese muñeco... Y no sé tampoco cómo, de qué manera me lo explicaron, pero sí que me dijeron que era el Diablo, el guardián del infierno, y que mi curiosidad infantil me hizo preguntar a continuación qué era el infierno y que mis padres me dijeron que era el lugar donde, al morir, iban los malos... Y que acto seguido pregunté qué era morir y me dijeron que la gente mayor se moría, que su corazón dejaba de latir y que, en función de cómo se hubieran portado en la tierra, iban al infierno o al cielo... Y que entonces, eso sí que no lo olvido, me invadió un tremendo vacío, un vértigo atroz, una sensación terrible de desconsuelo y de náusea, y que a continuación me puse a llorar y mis padres me dijeron que no me preocupara, que eso, el morir, no le sucedía a los niños, que le pasaba solo a la gente mayor, muy mayor, y que a mí me quedaba aún mucho tiempo para que me llegara... Desde entonces odio los muñecos de guiñol, obviamente un trauma infantil, y ahora que soy ya mayor sigo sintiendo el mismo vacío y vértigo y la misma sensación de desconsuelo y de náusea cada vez que pienso en la muerte y en que todos vamos a morir, tarde o temprano, aquí o allá, todos vamos a morir y, tal vez, según nos hayamos portado, a encontrarnos con aquel horrible Diablo...
Vicente Muñoz Álvarez,
de Regresiones
(Lupercalia, 2015)
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