viernes, 13 de septiembre de 2013

EL DESCRÉDITO: Prólogos.


EL DESCRÉDITO

por Vicente Muñoz Álvarez


Si existe un novelista, por encima de cualquier otro, que haya marcado a los escritores de mi generación y se merezca hoy en día por méritos propios un homenaje, ese es Louis-Ferdinand Céline, autor, entre otras, de dos de las novelas más importantes del pasado siglo, Viaje al fin de la noche y Muerte a crédito, maldito entre los malditos, estigmatizado por sus panfletos antisemitas y su colaboracionismo con el régimen de Vichy durante la Segunda Guerra Mundial, vilipendiado, ninguneado y odiado, pero también idolatrado, admirado e imitado hasta la saciedad. Un homenaje que incluso en su país natal, Francia, le ha sido denegado por motivos de oportunismo político, y que hoy, en España, aquí y ahora, en plena debacle económica y social (y en un contexto muy semejante al que él denunció en su día), un grupo de narradores nos hemos decidido a brindarle.

Porque creemos, en primer lugar (y en eso coincidimos prácticamente todos), que su obra lo merece, por encima de cualquier consideración biográfica, histórica o política. Porque para nosotros es un indiscutible referente y maestro, quizás el más grande de todos, y desde nuestra posición de escritores nos sentimos obligados a hacerle justicia. Porque, hoy más que nunca, desencantados de la política y el sistema imperante, el mensaje anarquista de sus novelas sigue más vigente que ayer. Porque no queremos seguir siendo cómplices de su linchamiento y de tanta hipocresía. Porque sus palabras nos agujerean el corazón y enseñan gigantescas verdades, gusten o no, duelan o no, escandalicen o no, hieran a quien hieran. Porque de su nihilismo aprendemos, gracias a él somos individuos pensantes, no marionetas, y debido a él nos liberamos de velos y ataduras y contemplamos objetivamente el mundo. Porque si hubiera que juzgar (como se le ha juzgado a él y a su obra) la literatura y el arte por la catadura moral de sus artífices, las bibliotecas y museos se vaciarían…

Por todo ello y mucho más, esta antología, nuestro sentido homenaje. 

Ya de puestos, hasta cuello”, afirmaba a menudo Ferdinand, y hasta el cuello nos hemos metido en su obra y hasta el fondo hemos querido llegar. Sin complejos ni prejuicios, sin filtros morales ni consideraciones éticas, por el mero hecho de admirar su prosa y reconocer su maestría, por el puro placer de hacerle (nuestra) justicia.

Cuando uno lee Viaje al fin de la noche o Muerte a crédito o Norte o Rigodón, tiene que ser objetivo, lo primero. Tiene que reconocer, por encima incluso de la Historia, que lo que el viejo y resentido Céline afirmaba categóricamente desde su derrota: “Soy el escritor más grande de este siglo”, tiene en parte su fundamento. Es una fanfarronada celiniana, indudablemente, pero, en cualquier caso, una indiscutible verdad. Lo que él hizo con el lenguaje, con las palabras, lo que descubrió al fondo de nuestras atormentadas mentes, lo que intentó plasmar, lo que gritó, lo que cantó, fue la gesta de nuestra desolación, el espectáculo dantesco de nuestro destino. Algo que, al fin y al cabo, a todos nos da miedo: como ver nuestro cadáver pudriéndose y contemplar atónitos nuestros gusanos.

Maurice Bardeche, en su biografía sobre LFC, afirma: “Hay algo que siempre resultará ingrato, que siempre espantará a los espíritus timoratos, y es la no esperanza de Céline, el precipicio que nos fuerza a contemplar, el abismo que no deja otro futuro salvo el caos. Céline lo había dicho en una ocasión en una de sus entrevistas: no se permite dudar de los hombres, y esa es una blasfemia para la que no hay absolución.”

Nuestro miedo, nuestra misantropía, nuestro espanto… Si la literatura refleja (directa o indirectamente) nuestra experiencia, ¿cómo no va a reflejar nuestra desgracia?

Ese fue Céline, y ese, asimismo, su genio y maestría, su ominoso e iluminado talento: cantarle al horror y desnudar por dentro nuestra mentira.

Su primera novela, Viaje al fin de la noche, abre la puerta al carnaval: ahí está Bardumu, su alter ego, denunciando el sistema de ser hombre, el mero hecho de estar vivo. La farsa de la colonización, de la guerra, de la política, de la medicina, del orgullo, de la dignidad… Primer aviso.

Luego, Muerte a crédito. Aquí lo grotesco se erige ya sobre lo ideológico o lo racional, se olvidan los contextos, las excusas, para ir directamente al grano: nuestra infancia, los primeros pasos, el principio del fin, el aprendizaje de la miseria y la muerte, el despertar… Céline ya no es Bardamu, ahora es él mismo, Ferdinand, y lo será ya en el resto de sus novelas. Ya no hay más lepras que ocultar. Perdida la esperanza, sólo queda ya el resentimiento. Comienza la función, el espectáculo. La humanidad al completo es una mentira, una farsa, una invocación de muerte. Y es precisamente esta revelación, la total sinrazón, la absoluta desesperanza, la que le lleva a la exaltación final y la que justifica, al menos de algún modo, su desafortunado error político.

Y entonces llega el odio, el aullido de la fiera herida, acorralada, perseguida y demonizada: Fantasía para otra ocasión, De un castillo a otro, Norte, Rigodón, etc.

Céline fue sin duda el perdedor del juego y él mismo se regocijó en su derrota, se la sirvió en bandeja a la posteridad.

Aunque no pretendemos disculparle, exactamente. Lo que más bien intentamos es mostrar cómo la experiencia influye a veces de manera trágica y extraña en la literatura, cómo en ocasiones el dolor engendra monstruos, para poder desglosar con tino de su obra su inigualable estilo, su lenguaje emotivo grandioso, de los hechos dramáticos que lo originaron.

¿Fue Céline un escritor en esencia fascista o le llevó su desengaño a serlo? ¿Fue realmente el más grande o fraguó deliberadamente su imagen desde su escritura? ¿Fueron, en suma, sus panfletos antisemitas fruto de su desencanto, o más bien el reflejo de un sentimiento, “la tentativa de un sendero” (parafraseando a Herman Hesse)?

Sea cual fuere la respuesta, creo que lo más oportuno, por encima de cualquier prejuicio e ideología, de cualquier sentencia apresurada, es leer inteligentemente sus novelas, con la venia de los timoratos.

Y eso es lo que hemos hecho exactamente en esta antología, Julio César Álvarez y yo como antólogos, y otros veinticinco autores españoles contemporáneos, algunos más y otros menos conocidos, antes de escribir sobre el tema: leer imparcial y desprejuiciadamente a Céline, primero, para poder hablar con fundamento de su legado y obra después. Algo que muchos de sus verdugos y detractores, me temo, no se han ni si quiera dignado a hacer, al menos con la debida objetividad de espíritu.

Este es, pues, nuestro homenaje y tributo, Maestro, para ti nuestra ofrenda.


NO MIREN ABAJO, UNA TENTATIVA DE PRÓLOGO CELINIANO

por Julio César Álvarez


Céline sigue en movimiento, todavía hoy. Crece y decrece, palpita y se apaga a intervalos, dejando siempre tras de sí cientos o miles de heridos por su lectura y la ingenua pretensión de hallar esa extraña fórmula que parece esconder. Prosa auténtica, estilo auténtico, sin más. Algo en principio sencillo, pero que todo autor sabe sumamente difícil. Por eso estas páginas no iban a ser una excepción. Decía Enrique Vila-Matas en aquel libro de reflexiones que fue El viajero más lento. El arte de no terminar nada (Seix Barral, 2011), que “nuevamente renace esa casi inconfesable e incómoda atracción que sentimos hacia las cosas de Céline” y que indefectiblemente nos obliga “a tomar partido”. Tal vez por eso, en esta antología no duda en definirle como un “hombre un poco pesado” (incluido en el propio título) o esa otra en que lo puntualiza como “autor de un solo libro, el primero (…) y que lo otro fue pura cháchara y aullido”, amén de “cerdo repugnante” y demás parabienes. Y así se cruza uno siempre con Céline, con pasión y odio encontrados, con admiración y deseo de colgarlo en la plaza pública, o como poco esconderlo en un rincón, en ese cuarto oscuro que es la sombra más negra de la humanidad. Características de tal calibre, evidentemente, sólo las tiene un padre o un maestro, y puede que Louis-Ferdinand Céline sea, ni más ni menos, ambas cosas. El padre y maestro de la literatura contemporáneas, al menos de cierta literatura, ésa que persigue coger del cuello la verdad y crear belleza extrema de lo más terrible de nuestro ser.

Es por ello que Vicente Muñoz y yo decidimos acercarnos a la figura del francés, levantar una antología con autores de muy distinto tipo y ver qué nos encontrábamos al final del trayecto. Y sucedió lo esperable. Cada autor interpretó al autor de Muerte a Crédito de un modo muy distinto, cada uno forzó más si cabe su propia sintaxis (la sombra de Céline es alargada) en un intento de homenajear al desagradable maestro y hacer ver las consecuencias de una filosofía celiniana, si eso es posible y aconsejable. No debemos olvidar que Céline en algunas cuestiones era un amargado nihilista, pero un nihilista que no podía dejar de escribir, quizá porque el resto de aspectos de la propia existencia eran mucho más detestables.

Así, la selección de autores (unos más consagrados, otros más prometedores), ha descendido por su particular abismo para responder al enigma Céline. El conjunto es sumamente interesante, porque además de desentrañar parte de ese enigma, también se produce el voluntario o involuntario desnudo que aquel Viaje al fin de la noche les causó. Digo esto, porque es probablemente, junto con Muerte a crédito, la obra que más veces se menciona. Una especie de espejo en el que muchos se han querido ver reflejados nuevamente. Lo que convierte en un alivio encontrarse con ese cinismo vitalista que para Bruno Marcos atesora el gran maldito, o su contrapeso inevitable, la asfixia y enormidad celiniana de Miguel Sánchez Ostiz. Sin olvidar el discutido tema del antisemitismo, en ello profundizan a pleno pulmón y sin ayuda de oxígeno, por ejemplo, José Ángel Barrueco o Juan Carlos Vicente; aunque también hay ficciones de muy distinto tipo que encierran indirectamente parte de esa fascinación inagotable, y pienso en Patxi Irurzun o en Pepe Pereza, o ese otro retazo de autobiografía, con tintes militares y descreimiento precoz que es el relato de Carlos Salcedo. Sin olvidar, ya digo, el juego con la sintaxis, como en Alfonso Xen Rabanal, o esa otra conversación extraída de lo digital, por Joaquín Piqueras, que lo que logra, sobre todo, es acercar a Céline con naturalidad al desmoronamiento de este nuevo siglo.

Luego están la las recreaciones de hechos sintomáticos en la frágil existencia del autor, como aquella visita fugaz que hicieran Burroughs y Ginsberg, y que ahora nos acerca Mario Crespo, que junto con esa otra dramática travesía en barco de Celia Novis, humanizan y dan cabida a personalísimos retratos, tan posibles o más que aquellos otros autorretratos escondidos en sus libros. Siempre, eso sí, con un instintivo sentido de tensa admiración.

Estos son algunos de los elementos y artefactos que el lector encontrará de aquí en adelante. Se cruzará con lo mejor y peor de aquel huraño ser que destapo para siempre la caja de los truenos, la que supone ir de frente, sin titubeos y medias tintas, perdigones de más o menos calibre que se instalarán infecciosamente en lo más profundo de nuestro cerebro y que plantearán sin demora una nueva lectura o relectura del fenómeno Céline y su infinito legado.

No podrán evitar chocar indirectamente con sus contradicciones, su visceralidad más profunda, hurgar en esos recodos que parecen esconder algún tipo de respuesta, la que sólo aparece en los peores momentos, en las guerras o en el choque frontal entre los seres humanos más desesperados (tal vez esta crisis económica que se alarga sin fin, no sea más que un conflicto bélico sin armas y el mejor momento posible para llevar a cabo esta antología). Aunque la respuesta que pueda ofrecer el “viejo rabioso”, si es que ofrece alguna, es el poderoso atractivo de su estilo, ese sempiterno estilo fragmentado y su genial abismo que nos mira directamente a los ojos (ya decía Buffon aquello de que “el estilo es el hombre”). Vivimos tiempos confusos, no hay duda, eso convierte y convertirá a Céline en el perfecto guía por el desfiladero. Eso sí, miren con cuidado hacia abajo. Queda en sus manos.


Prólogos de El descrédito: Viajes narrativos en torno a Louis Ferdinand Céline.


En octubre en las librerías.

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