miércoles, 9 de septiembre de 2009

SUEÑO DE AMAPOLAS



No quisiste amar. No quisiste amar y huiste. No quisiste. No quisiste amar. No quisiste amar y huiste.

Huiste subestimando mi recuerdo, como el que asesina al tiempo, y yo seguí tus pasos, se volvían falsas tus promesas por algún fingido agravio y yo era mismo, yo era el mismo y tú escapabas... Escapabas y vestías desafiante un traje azul.

Tiempo de dolor e intenso frío: como agujas clavándose en mi piel, así escapabas. Simulabas buscar otro consuelo, el reproche hiriente en tus pupilas, y así pasaba el tiempo y tú escapabas.

Sueños de amargor en la ebriedad de habitaciones sucias, bajo sábanas raídas recordando tus palabras mientras escapabas. Corrías tan deprisa y yo seguía tus huellas, el aura de tu aliento como el flujo de una perra en celo, y te seguía y tú escapabas... Sabías que de mi cabeza sólo hay una salida y pese a todo te esforzabas en correr.

No pensabas eso en un principio, eras tú la que exigías más de mí. ¿ Qué querías, qué buscabas, qué esperabas ? Para ti fue todo sencillo, aunque yo no supe interpretar tu ambiguo juego.

Demasiada soledad, dijiste. Y te escapaste con tu traje azul sin mirarte en el espejo. Tenías miedo a buscar dentro y no encontrarte, pero era yo el que, según tú, vivía mimetizado en otra piel.

Debe ser el tedio de estar vivo. O el sabor acre de la oxidación. Porque seguí tu pista y te encontré caliente en otros brazos que cedieron y entonces hubo un brillo, el acero de mis manos que aspiró tu aliento en nubes rojas, como un sueño de amapolas que te situó de nuevo en tu lugar.

La consunción del cuerpo, el proceso lento de la descomposición, un tránsito en la nada y los gusanos, ladrones blancos de tu piel. Ellos sí que supieron entenderte y yo entendí a mi vez la traición de tus palabras. Aprendí en su letanía lo que tú jamás te atreviste a confesar.

Recordé en tu metamorfosis aquel viejo temor tuyo a envejecer y no pude contener una sonrisa. Luego me entregué de nuevo a ti. Memoricé en mi lengua tus sentidos y tuve al fin el privilegio de amarte en silencio y soledad, ajeno al calor fingido de tu abrazo. Disfruté cada día a tu lado de un cuerpo distinto.

Así el tiempo discurre y todo al interior es ruina, como un inmenso bosque muerto. El cielo gris, la lluvia, augurios tristes. Un corazón que necesita ver y descubrir para estar vivo, como asomado al fin de algo. Cuando se paran los relojes, cuando la bestia grita dentro. Un cansancio enorme entre los necios. Y una gran desolación.

Después tu cuerpo se fundió en el mío. Todo lo que aspiraste a ser germinará tarde o temprano en mi interior. Porque al final has vuelto a mí. Has vuelto a mí y para los demás eres ya sólo un recuerdo.

De ti nada más queda un sueño hermoso de amapolas.


Vicente Muñoz Álvarez, de Mi vida en la penumbra (Eclipsados, 2008).

Ilustración para el relato by Leticia Vera.

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