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V.M., senderista, partió de la ciudad con el albor de una límpida mañana en primavera. Durante algunas horas caminó por las sendas intrincadas de los bosques, surcó valles profundos y ascendió suaves colinas hasta que, fatigado, tomó asiento en el saliente de una roca para entregarse a la magia del cielo. El vasto panorama que dominaba desde su atalaya, la caricia amable del sol primaveral y el simbólico lenguaje del silencio le mantuvieron absorto unos minutos hasta que, ya cercano el éxtasis, escuchó a sus espaldas una voz, el saludo de un joven pastor con su rebaño.
Dos horas más tarde ambos compartían un suculento guiso en la cabaña del muchacho, un cobertizo rodeado de abedules en las postrimetrías de un collado. Comieron, bebieron y charlaron demorándose tal vez más de lo debido, hasta que el pastor dejó solo unos instantes a su ligeramente ebrio convidado con el pretexto de poner a buen recaudo a su rebaño. De no haber sido por su abotargamiento, V.M. quizás hubiese reparado en la disposición que con algún sencillo ajuste pudieran formar los huesos de aquella deliciosa carne al fondo del plato. En tal caso, el sopor de la comida y el vino se habría disipado y tal vez le hubiese dado tiempo a reaccionar. Pero no fue así, y acomodado muellemente en la banqueta recibió un corte profundo en el cuello. La sangre se deslizó voluptuosa hacia su pecho, la vista se le nubló en breves segundos y al fin se entregó a su último sueño sin apenas ser consciente de nada.
Dos horas más tarde ambos compartían un suculento guiso en la cabaña del muchacho, un cobertizo rodeado de abedules en las postrimetrías de un collado. Comieron, bebieron y charlaron demorándose tal vez más de lo debido, hasta que el pastor dejó solo unos instantes a su ligeramente ebrio convidado con el pretexto de poner a buen recaudo a su rebaño. De no haber sido por su abotargamiento, V.M. quizás hubiese reparado en la disposición que con algún sencillo ajuste pudieran formar los huesos de aquella deliciosa carne al fondo del plato. En tal caso, el sopor de la comida y el vino se habría disipado y tal vez le hubiese dado tiempo a reaccionar. Pero no fue así, y acomodado muellemente en la banqueta recibió un corte profundo en el cuello. La sangre se deslizó voluptuosa hacia su pecho, la vista se le nubló en breves segundos y al fin se entregó a su último sueño sin apenas ser consciente de nada.
Jamás volvieron a saber del senderista V.M. Salvo, quizás, el agradecido estómago de algún otro viajero incauto al que el azar deparó su misma suerte.
Vicente Muñoz Álvarez, de Marginales.
Ilustraciones by Mik Baro.
EJE ediciones. Colección Cúa.120 pp.
I.S.B.N. 978-84-935956-2-3.
Pedidos por correo: hescobar@telefonica.net
Distribuidoras: Cimadevilla, Melisa, Arcadia.
Información e ilustraciones en:
http://mikbaroblog.blogspot.com/2008/09/marginales-vicente-muoz-lvarez-50.html
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EJE ediciones. Colección Cúa.120 pp.
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Alejandro Rios Zamacona, buen blog amigo, buenas palabras, felicitaciones.
ResponderEliminarcojonudo, siempre compañía y comida en la mesa.
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