Este manual que tienes ahora en las manos, querido lector, es la tercera entrega de una serie de libros que en los últimos años he ido dedicando al cine de culto, una de mis grandes pasiones.
Películas para llevarse al infierno (Eutelequia 2011, LcLibros 2018) y Películas para la penumbra (Excodra 2015, LcLibros 2018) fueron los dos primeros, y en ambos di buena cuenta de muchos de los filmes que, por uno u otro motivo, a lo largo del tiempo más me habían impactado. No exactamente, como ya en su día dejé claro, los que yo considero los mejores de la historia del cine (que requerirían un listado aparte y sobre los que ya hay mucho escrito), sino otros mucho menos conocidos (no sé si mejores o peores: juzgad vosotros mismos) que es también necesario y justo reivindicar.
En el prólogo al primer volumen, Películas para llevarse al infierno, y en relación a los títulos que en él reseñaba, escribí: “Tanto en la literatura como en el cine (y en todos los demás ámbitos creativos) me interesan las obras que cuestionan el mundo en que vivimos, que remueven las vísceras y las conciencias, que aceleran la sangre y el corazón, mostrando sin filtros éticos ni políticos la realidad (sin duda violenta y cruel) que el hombre ha creado. Este es, en última instancia, el criterio de fondo que he utilizado para confeccionar este listado de películas de culto: lo crítico, lo atípico, lo raro, lo grotesco, lo perverso, lo incómodo, lo hiriente, lo hipnótico, lo arrebatador... Aunque no menos importante, también, ha sido el punto de vista y enfoque literario con que las reseñas han sido ideadas, las conexiones de todas estas películas con libros y escritores que admiro y he leído intensamente en el transcurso de mi vida adulta, igualmente básicos y determinantes para mi formación. Más que una guía cinéfila al uso, pues, este manual está concebido como un diario personal donde me he despachado a gusto con muchas películas que yo opino que nadie debería dejar de ver”.
Copio y pego de allí estas palabras porque son igualmente aplicables a esta nueva entrega de Cult Movies, Películas que erizan la piel, y describen certeramente el porqué de las tres. Y vuelvo a recordar, como entonces, que: “No soy crítico de cine, soy narrador y poeta, y por lo tanto nunca me planteé escribir ensayos técnicos ni concienzudos sobre las películas seleccionadas, sino más bien comentarios apasionados de las mismas que impulsaran a los lectores a videarlas sin complejos”.
Aunque, a diferencia de los dos primeros volúmenes, donde reseñaba películas de diversos géneros (con predilección, eso sí, por el fantástico), este tercero está dedicado por completo al de terror (en sus muy diversas vertientes), que desde niño me ha fascinado.
Rescaté para la ocasión las reseñas de los dos primeros libros que abordaban directamente el género y añadí otras muchas nuevas, confeccionado este listado de películas que erizan la piel, que va a turbaros durante muchos años el sueño. No están, por supuesto, todas las que son (la lista sería interminable), ni algunos clásicos imprescindibles (que todo el mundo conoce y no necesitan carta de presentación), pero sí muchas rarezas de las que posiblemente jamás hayáis oído hablar.
Aunque, llegados a este punto y antes de entrar en materia, se plantea la siguiente pregunta: ¿Qué es una película de culto?
Wikipedia nos dice: “Película de culto se refiere a cualquier tipo de producción cinematográfica que ha adquirido alguna clase de culto popular, ya sea por su formato, su producción, su trama o su significado histórico. Las películas de culto son frecuentemente señaladas como polémicas debido a que incluyen ideas o temas notablemente controvertidos o a que, siendo más convencionales en su temática, la presentan de un modo alejado de los convencionalismos estéticos o narrativos”.
Y Jesús Palacios, en el prólogo a Películas para la penumbra, señalaba al respecto: “Lo que importa aquí es cómo se nos descubren, se nos desvelan, título tras título, otras formas y maneras de hacer, ver y entender el cinematógrafo. Viajando por el espacio y el tiempo, abarcando épocas y eras, países e idiomas, con esta su segunda biblia del cine de culto disfrutamos en la intimidad del descubrimiento de títulos oscuros, tanto o menos como del redescubrimiento de otros que creíamos conocer, iluminados ahora por la mirada pura de este nuevo derviche cinéfago, que hace girar ante nosotros miríadas de imágenes olvidadas, títulos recónditos y películas malditas. No hay barreras, tópicos ni hipócritas principios: de la exploitation al Arte y Ensayo, del mudo al technicolor, del Hollywood mágico de otrora a la coproducción europea, del trash al indi, del cine de autor a la Serie B, Vicente Muñoz Álvarez sólo se pone como límite no despreciar nada, no negarse nada, acercándose así por ende a la verdadera naturaleza seductora y diabólica del cinematográfico, capaz de hipnotizar al espectador más allá y más acá de sus supuestas virtudes artísticas, narrativas, intelectuales o comerciales. Eso es lo que, en definitiva, quiere decir para algunos de nosotros cine de culto: rendir culto a las fuerzas mágicas, oníricas y oscuras que reinan y desbordan la pantalla, conectando con nuestro inconsciente y con el dominio infernal y divino del imaginario colectivo”.
A lo que Juanjo Ramírez, el director de la fantástica Gritos en el pasillo (cuyo DVD incluía Películas para llevarse al infierno), añade en el epílogo a Películas para la penumbra: “Además del cariño y el conocimiento de causa, encontramos un tercer denominador común en casi todos los capítulos. Muñoz Álvarez describe el visionado de esas cintas con términos que aluden a una experiencia psicotrópica, lisérgica, opiácea, alucinógena. Esta clase de adjetivos salpican las reseñas de estas películas como fragmentos de un ADN común. Cuando Alejandro Jodorowsky (otro de los autores mencionados en el libro) intentó sacar adelante su versión de Dune albergaba una intención confesa: Que la película provocase en el espectador las mismas sensaciones y vivencias que un viaje de LSD. Las películas que selecciona Vicente y el ángulo desde el que las enfoca apuntan en esa misma dirección: El cine como droga, como vehículo hacia otros estados de percepción mental. La experiencia audiovisual como mecanismo para alterar la conciencia, para catapultarnos hacia otras dimensiones. Ésa es la piedra filosofal que perseguimos la mayoría de los narradores, y quizá con más motivo los que, como es el caso del cineasta, trabajan con estímulos tan primitivos como la imagen en movimiento y el sonido”.
Imposible describir mejor mi filosofía respecto a lo que he intentado trasmitir en estos tres libros.
Y ya para terminar, y antes de que os adentréis en mis terrores favoritos (que diría el bueno de Chicho), algunas consideraciones sobre la selección de las películas reseñadas.
Lo primero de todo: ¿Dónde está la línea de separación entre unos y otros géneros —terror, suspense, drama psicológico, thriller, ciencia ficción, etc.—, y cuál se atiene o no a unas y otras etiquetas? La verdad sea dicha, no me preocupa demasiado clasificar ni etiquetar, sino más bien recomendaros las películas que a mí personalmente me han puesto la piel de gallina, sean o no consideradas estrictamente de terror por los puristas. A muy pocos, supongo, se les ocurriría incluir en un listado como este películas como Réquiem por un sueño, de Darren Aronofsky, Aguirre, la cólera de Dios, de Werner Herzog, o Elisa, vida mía, de Carlos Saura, por citar algún ejemplo, y sin embargo a mí me parecen tres filmes tremendamente angustiosos y llenos de secuencias que erizan la piel. Y por lo tanto, sin más criterio que el de mi propia subjetividad, aquí figuran por méritos propios.
En segundo lugar, como comprobarán los lectores, muchas de las películas reseñadas en este volumen están comprendidas entre las décadas 60 y 70 del pasado siglo, en detrimento de otros títulos anteriores y posteriores no menos interesantes. Supongo que mi predilección por el cine de terror de esa época se deba a que fue la que me tocó vivir de niño y adolescente y en la que se gestaron mis fantasmas y miedos, que llevo arraigados en mi subconsciente como la bola de hierro de un presidiario. Y también, sin duda, a mi pasión por la contracultura y movimientos psicodélicos y revolucionarios de aquel tiempo, que me hace ver con indulgencia y nostalgia las películas rodadas en ese período de experimentación y de cambio.
Finalmente, como ya antes señalé, no están, en absoluto, todas las que son, ni muchas de las consideradas clásicos indiscutibles del género. Echará aquí el cinéfilo de menos cientos de títulos paradigmáticos del cine de horror, y encontrará en cambio un montón de películas de las que sin embargo es posible que nunca haya oído hablar. Salvo algunas excepciones de títulos muy conocidos que no me he podido resistir a incluir (Al final de la escalera, Psicosis, El resplandor, La matanza de Texas), la mayor parte de los filmes reseñados en este libro son, creo, poco conocidos por la gran mayoría. O esa ha sido al menos mi intención.
Y me despido ya con otro párrafo de Juanjo Ramírez en el epílogo a Películas para la penumbra, perfectamente aplicable también a este nuevo volumen y de lo más esclarecedor: “Invito al lector a guardar este libro en el rincón alucinógeno de su estantería, entre la O de opio y la S de setas. Le invito a elegir las obras reseñadas en él para viajar en días especiales. Días especiales para pelis especiales: Si entras en ellas, ellas entran en ti, te transforman, desencajan algunas piezas en tu interior y, merced a alguna misteriosa alquimia, sus efectos trascienden la duración de su metraje”.
Felices pesadillas, queridos drugos,
y cuidado con los Bichos Malos.
Vicente Muñoz Álvarez.
prólogo a Películas que erizan la piel
(Underdog Ventures, 2024)
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