sábado, 19 de diciembre de 2020

HAGA LO QUE HAGA EN LA TIERRA según PABLO CEREZAL



haga lo que haga en la tierra... lo haré mal, porque haga lo que haga en la tierra seguiré penando/gozando/sufriendo/celebrando aun a costa de los daños y los dardos certeramente lanzados por los tibios de corazón... haga lo que haga en la tierra Vicente Muñoz Álvarez, seguirá escarbando la palabra hasta deglutirla y reducirla al temblor y el escalofrío, como en este delicioso volumen, al temblor de la intemperie de quien vive y sabe que ha vivido por mucho que otros, los tibios de corazón, le obliguen a seguir muriendo y le recuerden que, según sus cánones, haga lo que haga lo hará mal, todos esos que le/nos obligan a seguir muriendo más hacia arriba de lo que lo hacen los peces que nunca se dejaron pescar, aquellos que siempre latieron para celebrar el latido libre de látigos y dueños y arritmias y lamentos, al escalofrío del Poeta que se duele, sí, mucho, en este poemario mirífico, pero también celebra cada uno de sus pasos en esta tierra, cada uno de sus años, reduciendo a un temblor escueto y certero cada uno de los requiebros con que el alma nos regala un sorbo de agua o de alcohol o un mordisco de escarcha y hongo libérrimo... y en tiempos de salvemos la hostelería, Vicente parece decir: ¡no!, salvemos las tabernas y a los taberneros... en tiempos de salvemos la economía, Vicente parece decir: ¡no!, salvemos el salir a flote y la sonrisa derrotada del derrotado guerrero... en tiempos de sálvese quien pueda, Vicente parece decir: ¡no!, salvémonos unos a otros porque no habrá quien pueda que hacerlo quiera, porque no somos más distintos entre nosotros de lo que lo son el musgo y el olvido... Vicente aposenta su matraz sobre el escritorio y deja que brote la alquimia del verbo escueto que no, no es haiku ni mamarracheces del estilo pergeñadas por botarates pedantes que nunca pisaron el oriente y mucho menos saborearon su poesía (porque no la entienden, porque no son orientales, y perdonen el exabrupto, pero cansa este absurdo retorno happy flower al oriente que no conocemos: porque en oriente la gente muere en la calle a la vista de todos y no por televisión, y es devorada por buitres, ratas, larvas y lagartos ante la mirada impávida del personal, ante la aquiescencia nada happy de transeúntes y escarabajos... como aquí, sí, tal vez, pero no somos orientales ni sabemos lo que es un haiku más allá de otra etiqueta con que etiquetar un traje que no conoce nuestra medida... así la poesía de Vicente: al tuétano, a lo escueto, pero a lo escueto del latido occidental, nada de haikus ni monsergas new age, puestos a elegir etiquetas le quedan más cercanas las de borracho de barra prendido a la misma de un bar de un extrarradio cualquiera de cualquiera ciudad perdida en lo más ignoto de la geografía ibérica a la que sólo llegan las cámaras televisivas para recordarnos que en invierno nieva y la población en que habita el citado borracho queda irremisiblemente perdida en el olvido hasta que el reportero de turno llega bien pertrechado de quitanieves y ropa cálida a regalarle sus 15 minutos de fama), no, decía, la finísima línea que traza Vicente en esta quintaesencia de su vida (y, por tanto, de su Poética) es esa que atraviesa el ánima de quien se sabe animal y se sabe vivo pero vivido y cansado y aún así esperanzado de que toda su travesía (ese otro título suyo al que tuve el honor de escupir palabras a modo de prólogo) tiene sentido a pesar de los años y los daños, a pesar de los clavos que a diversas cruces quisieron clavarlo... Vicente, hoy, haga lo que haga en la tierra, es más libre, más sincero, más gusano ansioso de roer el tuétano de la vida para despertarnos de este ensueño carente de opio con que ansían adormecernos los hacedores de opios que sólo adormecen la maravilla de sentirse vivo... los tibios de corazón, ya digo, para los que siempre, haga lo que haga en la tierra: lo haré mal... perdona, Vicente, quería escribir otra cosa, quería recomendar esta tu antepenúltima joya, y sólo me ha salido una verborrea ebria de flor y fango, pero al fin y al cabo sólo tú tienes la culpa: por seguir escribiendo y afilando tu pluma en la rabia calma del vertedero y en la acequia sutil del vivir en un jardín que, una vez más, con este volumen, has tenido la desfachatez de desbrozar como un nuevo regalo, una vez más... gracias, siempre, y: ¡siempre adelante!

Pablo Cerezal


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