lunes, 26 de noviembre de 2012

CANCIONES DE LA GRAN DERIVA en PUNTO DE LIBRO


De Vicente Muñoz Álvarez ya os presentamos un interesante libro de relatos, allá por el año 2009 -ver Punto de libro nº 7-. Volvemos a traer a nuestras páginas a este autor todoterreno, pero ahora con una obra poética, Canciones de la gran deriva. Este poemario que acaba de reeditarse fue el primero que publicó su autor. Han pasado desde entonces trece años. Trece son, también, los poemas que se han añadido a los que se incluían en la primera edición. El resultado es una obra que sorprende, además de por sus cualidades literarias, por su absoluta vigencia.

La poesía de Vicente Muñoz Álvarez se aferra a la realidad, a la calle, a las miserias personales, sociales y universales. Y lo hace con rotundidad expresiva, con atrevimiento y desparpajo. Con esos mimbres nos ofrece en este volumen más de cincuenta poemas. Poemas que hablan de esperanza, de desesperanza; de tiempos pasados que aún siendo malos, eran mejores. Poemas que denuncian -o quizá solo exponen- lo absurdo de la mercancía que nos quieren vender como vida, y la pasmosa facilidad con que compramos esa mentira. Algunos de estos poemas hablan de violencia individual, cruel y visceral; un tipo de violencia que encontrábamos también en el libro de relatos que citábamos antes. En otros poemas la violencia de la que se habla es más genérica, más impersonal, pero más sádica: la ejercida por un tipo de vida, por una sociedad de la que somos rehenes, o quizá huéspedes acomodados y complacientes. 

El viaje que vivimos al deslizarnos por estos poemas es un continuo ir y venir de lo individual a lo colectivo. De los miedos de un niño a los miedos de toda una sociedad; de la esperanza de una pareja de enamorados, de su optimismo decidido, al desencanto de toda una generación que carece de trabajo, de oportunidades y de futuro. Pero en ese viaje se vislumbra cada cierto tiempo, en el horizonte, una esperanza a la que el autor no renuncia, y que es una obligación tanto como una necesidad. 

El lector avanza entre estos poemas ayudado por el ritmo que el autor imprime en sus versos. Negándose a las métricas encorsetadas, encuentra una libertad que agiliza la lectura sin renunciar nunca al ritmo, a la musicalidad que convierte cada poema en una canción sin estribillos monótonos. Pero esa fachada amable, esa melodía que ayuda a avanzar de un poema al siguiente, no esconde las crudas realidades con las que nos acabamos topando y que nos dejan anclados en algunos poemas, que nos obligan a cerrar el libro durante unos minutos para digerir cada idea. 

Quizá sea cierto -como dice el propio autor en uno de sus versos- que escribir poemas como este en una sociedad como la nuestra sea terrorismo de estado. Pero si así es, se trata en todo caso de un terrorismo sin violencia, cuya única potencial víctima es nuestro conformismo.


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