Opera prima de Michael Haneke, El séptimo continente (1989) es, como el resto de su filmografía, un puñetazo al Estado de bienestar y el establisment y, sin duda alguna, una indigesta obra maestra.
Incómodas y desesperanzadas, objetivas y asépticas, angustiosas y demoledoras, las películas de Haneke (como las novelas de su compatriota Thomas Bernhard) muestran sin apenas ornamentos la hipocresía y falta de valores de la sociedad capitalista moderna y el cáncer de espíritu que asola a sus individuos, llevándoles a la degradación moral, el suicidio o el crimen. Imposible, si logramos terminar de verlas, quedarse indiferente ante su doméstica exhibición de atrocidades, su existencialismo inmisericorde y su tremenda desolación, que molesta, aplasta y duele.
No apta, en cualquier caso, para todos los públicos, El séptimo continente es un almuerzo desnudo y envenenado que corroe el estómago y enturbia el alma, cortando en sus últimas secuencias la respiración...
Necesaria, imprescindible y tremenda.
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