Tenía veintiséis años. Era un muchacho delgado y sumamente inquieto, afectado de síntomas psicóticos y claras tendencias paranoicas. Durante varios meses acudió cada semana a mi consulta con la certeza de que algo malo iba a ocurrirle. Aseguraba que su organismo estaba siendo atacado por un hongo que fagocitaba sus entrañas, aunque todos los análisis y chequeos que le hice no revelaron ninguna anomalía al respecto. El cuadro era, pues, propio de un esquizofrénico: aumento del pulso y la sudoración, pérdida del apetito, desmayos, deliro y ansiedad. Intenté tranquilizarle restando importancia a su obsesión y recetándole algunos medicamentos placebo. Ciertamente, era todo lo que en su caso podía hacer.
En lo sucesivo sus visitas se hicieron cada vez más esporádicas y los síntomas de su enfermedad parecieron ir remitiendo. Una noche, sin embargo, llamó a mi casa enloquecido, asegurándome que el hongo le estaba devorando por dentro y suplicándome que fuera sin demora a verle. Tardé poco más de media hora en llegar. La policía y los vecinos se agolpaban en la calle alrededor de mi paciente, que presuntamente se había arrojado por la ventana de su piso hacía sólo unos minutos.
Yacía muerto sobre la calzada, confundido entre una masa de moho aterciopelado y blanco, teñido por el fluido verde que manaba aún de sus heridas.
Vicente Muñoz Álvarez, de Marginales (Eje Ediciones, 2008).
Ilustraciones by Mik Baro.
Ups.
ResponderEliminarPensé que hablabas de mí en mis 25 años.
De ciclotimia a esquizofrenia hay un paso?
O es una enfermedad de pasados los veintitantos?
Tendré que revisarme.
Je, je!