No son únicamente los músicos quienes viven la carretera, hay muchos más que comen el mismo asfalto a diario, pero con distinto regusto. Días de ruta reflexiona, alternando pequeños relatos con poemas, haciendo unos de narrador y los otros de diálogos -o divagaciones- interiores del autor consigo mismo, respectivamente, sobre los extraños que nos habitan.
No es la primera vez que leo a Vicente Muñoz Álvarez. Ya antes me sentí identificado con sus textos, como me ocurrió en Canciones de la gran deriva (Origami, 2012), y aquí me vuelve a pasar. Desde detalles superficiales, como cuando dice en Back home: “se acaba la melancolía y el olor a comida en la ropa, las habitaciones impersonales de hotel y las sobremesas tediosas”, hasta la raíz del poemario, ese refugio común e individual de las cosas sencillas cuando el sistema te machaca. Sí, de golpe; no te aplasta, es más un fin súbito: te machaca. De ahí que, para el autor, la recompensa no sea más que dormir tranquilo cada noche siendo, o habiendo sido, uno mismo.
Hay un punto de inflexión en el segundo capítulo que marca al lector, retando incluso, si se aventura o no a seguir leyendo: “llegado a cierto punto / no habrá ya / marcha atrás // pasarás todas / las fases / de una adicción”. Y continúa mezclando temas como la fugacidad de la vida y la inmortalidad desde la figura de poetas y escritores, cuestionándose el por qué, y más incluso, el para qué de cualquier pelea: “hoy en concreto en la futilidad de vida, para qué esto y lo otro, por qué esto y aquello, si merece la pena esta lucha”, en Futilidad, esa inmortalidad que Escohotado decía sobre Aristóteles. Sin embargo, no todo es introspectivo, también carga contra la situación microeconómica de la calle y de las cadenas de las que se libra con esos pequeños mantras, así dice en Edad: “son casi todo / malos tragos // pero hay algunos / por los que merece la pena / luchar”; o bien “que nada me turbe”, el mantra heredado de su padre como enseñanza: no perder nuestros sueños como metas y ser grises maniquíes del sistema.
Como el musgo, perenne, arrecido de frío para muchos, este, como tantos otros libros del autor, pasará inadvertido (una lástima) como la extrañeza en las sábanas frías Pero no por eso deja de ser una lectura por la vida, por quienes están vivos.
David Vázquez
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Oscilante y extremo, nunca aséptico ni imparcial, nunca en el medio: Vicente Muñoz Álvarez nos ofrece un nuevo libro. Indefinible en su estructura: ¿Un cuaderno de poemas? ¿Un diario, personal, de carretera…? ¿Un híbrido de ambos?, en cualquier caso, es un libro fuera de lo común, en el que comparte con nosotros textos muy personales. En DÍAS DE RUTA el autor trata de desterrar todo aquello que le oprime y desconcierta; donde elabora -con la gran estafa de la crisis económica de fondo- un ejercicio de escritura autosanador, a través de la confesión y la poesía. Fantasmas, miedos y traumas, en lucha constante contra la ensoñación de quien se felicita en el hecho asombroso de estar vivo: Welcome to Babilonia (Gsús Bonilla)
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