- Cariño, despierta, están llamando a la puerta...
- ¿Pero qué hora es? - pregunta él sobresaltado, girándose bruscamente en la cama.
- Las tres y veinte... Me acaban de despertar esos golpes, alguien está llamando...
- ¿Quién puede ser a estas horas? Qué raro...
- No lo sé, pero han llamado ya varias veces... Vete a echar un ojo por la mirilla, pero no abras la puerta...
- Se habrán equivocado, supongo...
- Han llamado ya varias veces, vete a mirar, por favor, estoy asustada...
Toc, toc, toc.
Al escuchar de nuevo los golpes, él enciende la luz de la mesilla de noche, se levanta y avanza sigiloso por el pasillo hasta llegar a la puerta. Con cautela y procurando no hacer ruido, se asoma a la mirilla y lo primero que ve es una cruz gamada burdamente tatuada entre dos pobladas cejas, y unos ojos saltones y oscuros clavándose en los suyos. Y luego, separándose un poco, a un hombre de mediana edad, con barba y pelo largo, y la cara pegada a la puerta.
Toc, toc, toc.
- Sé que estás ahí, cerdito, te oigo respirar...
Un escalofrío le recorre la espalda, y se retira instintivamente hacia atrás, quedándose estupefacto al escuchar esas palabras.
Toc, toc, toc.
- Será mejor que abras la puerta, o la abriré yo mismo.
- Lárguese inmediatamente o llamaré a la policía...
Toc, toc, toc.
- Voy a llamar a la policía...
Y eso es lo que hace al llegar jadeando al dormitorio, llamar al 091, mientras su mujer, presa del pánico, le pregunta por detrás quién está llamando.
- No lo sé -le responde al colgar el teléfono, después de haberle dado su dirección a un agente-, pero no me gusta nada... Lleva una cruz gamada en el entrecejo y dice que abra la puerta, o que la abrirá él... La policía me ha asegurado que llegarán lo antes posible, en cosa de diez o quince minutos, y que si sigue llamando nos encerremos en alguna habitación, pero que no se nos ocurra abrir...
Toc, toc, toc.
- Esta puerta no tiene cerrojo -dice ella aterrorizada-, vamos al cuarto de baño...
Lo último que escuchan, antes de encerrarse dentro, es un sonido metálico en la cerradura de la puerta de casa, como si la estuvieran forzando con una ganzúa.
Esta historia, como la vida misma, puede tener varios finales: elige el que tú quieras.
Vicente Muñoz Álvarez